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La corriente del azar

El viento trajo un boleto de lotería. Ni siquiera llegó en un soplo brusco; el papel fue flotando lentamente y se quedó posado en mi rodilla izquierda. Si hubiese caído en cualquier otra parte jamás me habría molestado en comprobar el número - ¿quién mira un cupón en el suelo? -, pero esa forma casi divina de aparecer me hizo pensar que debía hacerlo. Antes de saber nada, observé a mi mujer desde la terraza como si me hallase en el preludio de un suceso increíble. Sin motivos asociables a la lógica, tenía el convencimiento de que el boleto estaría premiado. Me metí desde el móvil en la página de los sorteos del Estado e introduje las seis cifras, cerciorándome de que las escribía todas correctamente. Siendo un férreo escéptico de la tecnología, admiré por primera vez la compleja ingeniería de mi teléfono móvil, quizás por sentirme a un click de convertirme en millonario. Los números ganadores aparecieron en la pantalla, uno por uno, tal cual yo los había puesto. D